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    A PICASSO

    Y tuvieron que llamarse Pablo, Rafael y Felipe

    Y no podía ser de otro modo. Se llamó Pablo, aunque podría haberse llamado también Diego, José, Francisco de Paula, Juan Nepomuceno, María de los Remedios, Crispín o Crispiniano de la Santísima Trinidad. Pero tenía que ser así: Pablo Picasso. Y Rafael no podía llamarse de otro modo que Rafael Alberti y a Felipe tampoco es posible identificarle con otro nombre que Felipe Alarcón. Y tuvieron que encontrarse y que llamarse Pablo, Rafael y Felipe. Así. Sin más. Sin tener que profundizar en los despachos oficiales ni en los libros de bautismo. Se encontraron a los cincuenta años de haber muerto Pablo en Mougins, de haber cerrado por última vez sus ojos. Pero podían haberse encontrado muchos años antes. En realidad, llevaban ya años buscándose, acechándose, encontrándose sin saberlo.

    Rafael conoció a Pablo en un teatro. En el corazón de París y, desde entonces, siempre fueron Rafael y Pablo o Pablo y Rafael (que para eso Pablo es y sigue siendo mucho Pablo). Felipe conoció los versos de Rafael -sin haberlos leído- en las calles de La Habana, que es una pequeña Cádiz al otro lado del océano. Son versos de mar y en la mar se vuelven abrazo y compañía. Felipe conoció a Pablo como todos nosotros: protagonista de los libros de historia del arte, en los cuadernos infantiles y en la camisetas de miles de playas y de tiendas. El mundo del siglo XX se ha hecho a imagen y semejanza de los pinceles de Pablo. Y hoy, cada día más, es un mundo cubista. El mundo de las mil caras.

    Felipe mira los ojos de Rafael mientras Rafael mira las manos de Pablo que mira el lienzo en blanco y la sonrisa creativa en la punta de los dedos. Al cabo de unas horas los ojos de Pablo, los ojos de Rafael terminan siendo los ojos de Felipe, que se multiplican en la tela de su imaginación, en las líneas curvas de una estampa llena de entrega a partir de los versos de Pablo y de los pinceles de Rafael (¿o es al revés? ¿O es al derecho? ¿Y qué más da?).

    Rafael y María Teresa alquilaban en los veranos una casa cerca de la casa de Pablo y de Jacqueline en Mougins. María Teresa y Rafael se alejaban de los calores del Tíber y se dejaban arrastrar por la risa de Pablo, por esa mirada que parecía inventarlo todo en una caída de pestañas. Y se reía mucho en “Notre Dame de Vie”. Y Pablo reía con el ingenio de Rafael mientras le recitaba sus nombres de bautismo y no sabía por cuál decantarse (aunque siempre terminara siendo Pablo). Y Rafael se reía cuando Pablo hablaba de Ingres y de sus chicas de Aviñón, a las que siempre estaba retorciendo el gesto y la cara, a la espera de un sueño que nunca llegaba: el Guernica triunfando en el Museo del Prado. Un Guernica que era herida abierta y que lo sigue siendo. “Tú hiciste aquella obra y le pusiste un título”. Pero ese título sigue siendo la España herida, la España que pudo ser y que nos arrebataron de las manos, esas manos que alzan su dolor al cielo silencioso y que abren las bocas de los hombres, de las mujeres, de los niños, de los toros y que no encuentran garganta para gritar un dolor que es una bomba, que sigue siendo una bomba. Esa bomba que destrozó un cuerpo recién amanecido y que lo sigue destrozando todavía, en la negación del color del mar, de los ojos de Pablo, de Rafael y de Felipe.

    Y Pablo sigue siendo un toro que sueña que es un niño. Y Rafael sigue siendo una encina que hunde sus raíces en los muertos nunca olvidados de las cunetas.Y Felipe sigue siendo un volcán y de sus pinceles salen alaridos de color que se vuelven un continente ante nuestros ojos.

    Tomo mi ejemplar de Lo que canté y dije de Picasso de Rafael, lleno de polvo. Y lo releo, para así volver a los ojos de Pablo y de Rafael, de sus retratos. Y de los ojos de Felipe que les ha devuelto las risas de las conversaciones y de las bromas, de los sueños de una España sin enano en el gobierno y de avenidas llenas de flores rojas, de abrazos que son capaces de traspasar todas las aceras.

    Y en mi ejemplar hay algunas páginas señaladas por ese otro yo que hace años compró este libro, o por ese otro yo que años después lo volvió a coger y lo leyó, una y otra vez, dejándose mecer por los versos de Rafael que hablan de Pablo, pero que también hablan de Felipe y de José Manuel y de Juan Carlos, y de Florentina y de Casto, y de Margarita y de Pedro, y de Javier y de Zara…

    Tú dominas el siglo
    Si resbalas los ojos desde arriba,
    desde esa alta colina donde hoy vives,
    verás el mar, el mar por ti creado,
    bajar de ti, subir a ti en constante
    perpetua pleamar ilimitada.

    Y José Manuel conoció a Rafael una tarde de invierno en Las Rozas. Y hace de aquello muchos años, los años de una juventud de instituto y de un lápiz de escritor al que le estaba sacando punta. Y fue una tarde en un salón de una casa. Y en la ventana no se veía el mar ni tampoco las colinas: tan solo una carretera llena de coches, los coches nocturnos y cansados que vuelven del trabajo y que han tenido que soportar un último atasco, el cotidiano atasco como la puntilla al toro de España. Y Rafael habló y se rio de nuestras preguntas como quien siempre está ahí, porque él también domina el siglo. Y también el mar, su particular mar de versos, bajan y suben en su también particular pleamar. Y Rafael me miró a los ojos, esos ojos llenos de interrogantes y que, nerviosos, parecían un torrente a punto de desencadenar una tragedia de lágrimas. Y José Manuel miró a los ojos a Rafael sabiendo que había llegado el momento de descubrir el secreto del poema.

    Y no podía ser de otro modo. Felipe miró a los ojos de Picasso a través de los ojos de Rafael. Y nunca los ha vuelto a cerrar.

    Y sus manos se volvieron ojos y manos.
    Y sus pinceles se volvieron ojos y pinceles.
    Y sus colores se volvieron ojos y colores.
    Y sus curvas se volvieron ojos y curvas.
    Y sus gritos se volvieron ojos y gritos.
    Y todo estaba ya en sus nombres.
    Y todo sigue estando en sus nombres. Porque no podía ser de otro modo.
    Y se llamó Pablo.
    Y se llamó Rafael.
    Y se llamó Felipe.
    Y se llaman Pablo, Rafael y Felipe.
    Y los tres están aquí siendo uno en este mar de la escritura que son los ojos de Picasso, los ojos de Alberti, los ojos de Alarcón.
    Siempre es todo ojos.
    No te quita ojos.
    Se come las palabras con los ojos.

    Características de la edición:

    • Autor: Rafael Alberti.
    • Texto: 9 poemas dedicados a Picasso.
    • Prólogo: José Manuel Lucía Megías.
    • Artista: Felipe Alarcón Echenique.
    • Edición: 30 ejemplares en arábigos + 9 ejemplares en romanos + 9 HC + 1 B/N + 1 FA.
    • Obra gráfica: 9 gráficas firmadas.
    • Técnica de grabado: Impresión giclée.
    • Papel: Canson Edition 320 gr.
    • Estuche de tela impresa.
    • Medidas: 31x42x5 cms.

    A PICASSO

    La mar, siempre la mar:
    del Persiles a Felipe Alarcón Echenique

    Y no podía ser de otro modo. Se llamó Pablo, aunque podría haberse llamado también Diego, José, Francisco de Paula, Juan Nepomuceno, María de los Remedios, Crispín o Crispiniano de la Santísima Trinidad. Pero tenía que ser así: Pablo Picasso. Y Rafael no podía llamarse de otro modo que Rafael Alberti y a Felipe tampoco es posible identificarle con otro nombre que Felipe Alarcón. Y tuvieron que encontrarse y que llamarse Pablo, Rafael y Felipe. Así. Sin más. Sin tener que profundizar en los despachos oficiales ni en los libros de bautismo. Se encontraron a los cincuenta años de haber muerto Pablo en Mougins, de haber cerrado por última vez sus ojos. Pero podían haberse encontrado muchos años antes. En realidad, llevaban ya años buscándose, acechándose, encontrándose sin saberlo.

    Rafael conoció a Pablo en un teatro. En el corazón de París y, desde entonces, siempre fueron Rafael y Pablo o Pablo y Rafael (que para eso Pablo es y sigue siendo mucho Pablo). Felipe conoció los versos de Rafael -sin haberlos leído- en las calles de La Habana, que es una pequeña Cádiz al otro lado del océano. Son versos de mar y en la mar se vuelven abrazo y compañía. Felipe conoció a Pablo como todos nosotros: protagonista de los libros de historia del arte, en los cuadernos infantiles y en la camisetas de miles de playas y de tiendas. El mundo del siglo XX se ha hecho a imagen y semejanza de los pinceles de Pablo. Y hoy, cada día más, es un mundo cubista. El mundo de las mil caras.

    Felipe mira los ojos de Rafael mientras Rafael mira las manos de Pablo que mira el lienzo en blanco y la sonrisa creativa en la punta de los dedos. Al cabo de unas horas los ojos de Pablo, los ojos de Rafael terminan siendo los ojos de Felipe, que se multiplican en la tela de su imaginación, en las líneas curvas de una estampa llena de entrega a partir de los versos de Pablo y de los pinceles de Rafael (¿o es al revés? ¿O es al derecho? ¿Y qué más da?).

    Rafael y María Teresa alquilaban en los veranos una casa cerca de la casa de Pablo y de Jacqueline en Mougins. María Teresa y Rafael se alejaban de los calores del Tíber y se dejaban arrastrar por la risa de Pablo, por esa mirada que parecía inventarlo todo en una caída de pestañas. Y se reía mucho en “Notre Dame de Vie”. Y Pablo reía con el ingenio de Rafael mientras le recitaba sus nombres de bautismo y no sabía por cuál decantarse (aunque siempre terminara siendo Pablo). Y Rafael se reía cuando Pablo hablaba de Ingres y de sus chicas de Aviñón, a las que siempre estaba retorciendo el gesto y la cara, a la espera de un sueño que nunca llegaba: el Guernica triunfando en el Museo del Prado. Un Guernica que era herida abierta y que lo sigue siendo. “Tú hiciste aquella obra y le pusiste un título”. Pero ese título sigue siendo la España herida, la España que pudo ser y que nos arrebataron de las manos, esas manos que alzan su dolor al cielo silencioso y que abren las bocas de los hombres, de las mujeres, de los niños, de los toros y que no encuentran garganta para gritar un dolor que es una bomba, que sigue siendo una bomba. Esa bomba que destrozó un cuerpo recién amanecido y que lo sigue destrozando todavía, en la negación del color del mar, de los ojos de Pablo, de Rafael y de Felipe.

    Y Pablo sigue siendo un toro que sueña que es un niño. Y Rafael sigue siendo una encina que hunde sus raíces en los muertos nunca olvidados de las cunetas.Y Felipe sigue siendo un volcán y de sus pinceles salen alaridos de color que se vuelven un continente ante nuestros ojos.

    Tomo mi ejemplar de Lo que canté y dije de Picasso de Rafael, lleno de polvo. Y lo releo, para así volver a los ojos de Pablo y de Rafael, de sus retratos. Y de los ojos de Felipe que les ha devuelto las risas de las conversaciones y de las bromas, de los sueños de una España sin enano en el gobierno y de avenidas llenas de flores rojas, de abrazos que son capaces de traspasar todas las aceras.

    Y en mi ejemplar hay algunas páginas señaladas por ese otro yo que hace años compró este libro, o por ese otro yo que años después lo volvió a coger y lo leyó, una y otra vez, dejándose mecer por los versos de Rafael que hablan de Pablo, pero que también hablan de Felipe y de José Manuel y de Juan Carlos, y de Florentina y de Casto, y de Margarita y de Pedro, y de Javier y de Zara…

    Tú dominas el siglo
    Si resbalas los ojos desde arriba,
    desde esa alta colina donde hoy vives,
    verás el mar, el mar por ti creado,
    bajar de ti, subir a ti en constante
    perpetua pleamar ilimitada.

    Y José Manuel conoció a Rafael una tarde de invierno en Las Rozas. Y hace de aquello muchos años, los años de una juventud de instituto y de un lápiz de escritor al que le estaba sacando punta. Y fue una tarde en un salón de una casa. Y en la ventana no se veía el mar ni tampoco las colinas: tan solo una carretera llena de coches, los coches nocturnos y cansados que vuelven del trabajo y que han tenido que soportar un último atasco, el cotidiano atasco como la puntilla al toro de España. Y Rafael habló y se rio de nuestras preguntas como quien siempre está ahí, porque él también domina el siglo. Y también el mar, su particular mar de versos, bajan y suben en su también particular pleamar. Y Rafael me miró a los ojos, esos ojos llenos de interrogantes y que, nerviosos, parecían un torrente a punto de desencadenar una tragedia de lágrimas. Y José Manuel miró a los ojos a Rafael sabiendo que había llegado el momento de descubrir el secreto del poema.

    Y no podía ser de otro modo. Felipe miró a los ojos de Picasso a través de los ojos de Rafael. Y nunca los ha vuelto a cerrar.

    Y sus manos se volvieron ojos y manos.
    Y sus pinceles se volvieron ojos y pinceles.
    Y sus colores se volvieron ojos y colores.
    Y sus curvas se volvieron ojos y curvas.
    Y sus gritos se volvieron ojos y gritos.
    Y todo estaba ya en sus nombres.
    Y todo sigue estando en sus nombres. Porque no podía ser de otro modo.
    Y se llamó Pablo.
    Y se llamó Rafael.
    Y se llamó Felipe.
    Y se llaman Pablo, Rafael y Felipe.
    Y los tres están aquí siendo uno en este mar de la escritura que son los ojos de Picasso, los ojos de Alberti, los ojos de Alarcón.
    Siempre es todo ojos.
    No te quita ojos.
    Se come las palabras con los ojos.

    Características de la edición:

    • Autor: Rafael Alberti.
    • Texto: 9 poemas dedicados a Picasso.
    • Prólogo: José Manuel Lucía Megías.
    • Artista: Felipe Alarcón Echenique.
    • Edición: 30 ejemplares en arábigos + 9 ejemplares en romanos + 9 HC + 1 B/N + 1 FA.
    • Obra gráfica: 9 gráficas firmadas.
    • Técnica de grabado: Impresión giclée.
    • Papel: Canson Edition 320 gr.
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